jueves, 30 de junio de 2011

Una realidad cercana distorsionada.


Hoy he vuelto a soñar contigo. Lo raro es que no ha sido el mismo sueño de la otra vez; que ultimamente se repite más y más. Esta vez, estabas a mi lado. Tenías un par de años más, y yo también. Eramos mayores, por decirlo así. Vivíamos juntos, en una casa con unas puertas muy anchas -irónico, para que entrara mi enorme cabezón- y en el sueño, solo visualicé nuestra cama. Te vi a ti, tumbado en ella.
Noté al momento que estabas más mayor, pero tampoco mucho. Tu cabello estaba ligeramente despeinado, y pronto comprendi que fue por mi culpa.
Tenías una amplia sonrisa, y entre tus brazos tenías a una persona. Ella tenía el pelo largo, de un color algo oscuro, por lo cual, le tapaba el rostro. No se puede decir que estuviera muy delgada, pero tampoco estaba demasiado grande; para mi gusto, estaba normal. Reía tontamente entre tus brazos, y esa risa me recordó a algo. Contemplaba la escena como si aquello fuera una tortura para mi, como si el destino quisiera demostrarme que mi lugar estaba muy, muy lejos de ti. Pero entonces, ella movió un poco su cabeza, y me mostró su rostro; entonces me vi reflejada en ella. Con unos cuantos años más echados encima y con una gran sonrisa. Mis fracciones dulces aún seguían, y mi cabello estaba colocado de una forma distinta, con un flequillo recto. Estaba claro, era yo.
Y en ese justo momento, empezé a sentirte. Comenzaste a besar mi pelo, y mi vista cambio. Ya no veía a aquella chica; que había descubierto que era yo, sino que observaba a través de sus ojos, de mis ojos. Y sentía tus besos por mi cabello, que bajaban hasta mis mejillas. Entonces, inconscientemente, me di cuenta de que podía moverme. De que podía abrazarte a mi, y de lo cerca que te sentía. Te abrazé con fuerzas, con muchas fuerzas, quizás demasiadas, y en ese momento te reistes. Nunca había oído tu risa, pero me sonó tan...Tierna. Decidí girar mi cara para probar el sabor de tus labios. No estaba muy segura de aquello, ya que me sentía envuelta en una realidad distorsionada, que me había llevado a un futuro no muy lejano. Pero aparté un poco más mi cabello. Me dí cuenta que el flequillo recto me incomodaba, y apenas veía, pero que en el fondo, me quedaba bien. Y me incliné para besarte. Tú estabas divertido, y lo noté, también me di cuenta de la manera en la cual me mirabas, y supe que estabas realmente enamorado. Y empezó el beso. Me dejé llenar por aquella sensación, por sentir el roze de tus labios pegados a los mios. Por la manera en la cual me hacía sentirme llena, y tan, tan grande. Entonces, el ritmo del beso aceleró. Creo que tú te extrañastes un poco, pero no decidiste echarme atrás. Me dí cuenta de cuanto te gustaban mis besos, y a pesar de la pasión que había entre uno y otro -cortas paradas para poder respirar- había un gran cariño en ellos. Decidí hacerme adicta a tus labios, al sabor que se encontraba en ellos, y en ese momento me di cuenta que eran la peor droga que jamás consumiría. Y poco a poco, fui bajando el ritmo y llené tu boca de besos cortos, a los cuales solemos llamar picos. Tú me sonreíste, correspondiendo ante todos estos, y a la misma vez, me guiñaste un ojo. Me eché a reír tontamente sin saber por qué. Todo aquello, estaba claro que era un sueño, pero en parte, no lo sentía así. Me sentía viva, como nunca me había sentido y me dediqué a contemplarte durante unos minutos. Estaba segura de que el tiempo había pasado sobre nosotros. No estaba segura de que edad tendrías ahora, ni como serían nuestras vidas. No sabía en que ciudad estábamos, ni si al final ambos teníamos una bonita carrera que se encontraba cerca de casa. Quizás vivíamos cerca de mi suegra, o en un piso cercano a mi familia. Todo aquello, me era imposible de descubrir. Tan solo sabía, que estábamos juntos. A pesar de todo lo que nos rodeaba; que al final habíamos vencido a la distancia y al destino. Observé en un momento mi mano, con curiosidad de si se hallaba algo en ella, y relucía un bonito anillo. Era dorado, y justo en ese momento, supe lo que significaba. Estábamos casados. Me sentí la reina del palacio más bonito de todo aquel lugar, y decidí abrazarme con fuerzas a tu pecho. Decidí creer que aquello no era un sueño, tan solo que un hada madrina me había llevado a donde realmente deseaba estar; junto a ti. Se me hacía tan fácil respirar, tan fácil sentirte y soñar. Me di cuenta que aquello era lo que realmente quería, y entrelazé nuestras manos. Decidí apollarme en tu pecho y dejé que mis pensamientos me llenaran por dentro. No sé que estarías pensando en aquel momento, pero empezastes a acariciar mi mano y a apretarla con la tuya. Nunca olvidaré aquel momento. Nunca olvidaré aquel roze.
Entonces, empezamos a hablar, mientras que tus caricias no cesaban. Decidí mirarte a los ojos para quedarme imnotizada en tu mirada, y me encantó aquella sensación. No sé por qué, comenzamos a hablar de encontrarnos a unos enanos caminando por nuestra casa. A unos enanos en nuestros brazos, que fueran nuestros. Hablamos de los nombres que les pondríamos, y nos imaginamos por un momento aquella situación. Soñamos en eso. Soñamos con la pequeña Nerea, y el no tan pequeño Sergio. Imaginamos como sería tenerlos entre nuestros regazos, y sentí una vena maternal en mi. Pensé y traté de imaginarme con el vientre mucho más abultado, y sin pensarlo, comenzé a acariciarlo. Tú al verme, besastes mi frente, susurrandome al oido, muy, muy flojito: Tendremos a la enana Nerea y al pequeño Sergio, te lo prometo. ¿Me imaginas de padre?

No hay comentarios:

Publicar un comentario