domingo, 8 de diciembre de 2013

Un extraño amor.

Con la mirada perdida, y los sueños por las rodillas, llegará el día donde ansiarás todo cuanto tenías. Y todo, por eso de no querer alegrar la vida.

Hace mucho que no eres mía; que decidiste aferrarte a la melancolía, a eso que dijiste que nunca volvería. Y aún recuerdo lo guapa que estabas cuando te reías...
Te tengo presente, además, siempre estás en mi mente; parecías tan fuerte... Pero ahora rozas lo demente.
Y con toda la confianza me confiesas que te dejaste vencer ante la muerte, que ahora vives en un pasaje donde todo te viene de frente, y luchas, más por lo que diga la gente, que por cuidar tu endeble.

Y a la deriva, con golpes entre las costillas, me gritaste todo cuando antes me decías: eso de que tenías un sueño, y con empeño, lograrías vencerlo. La felicidad, la bondad, nada te quedaba ya, solo un algo por lo que querías luchar.
Y con armas de las malas, atacaste todo cuanto te quedaba; más heridas ganabas, que guerras conquistadas. Tus narices sangraban, al igual que tu cuerpo, mientras que tu corazón lloraba, pero tus ojos no, no me decían nada. Solo quedaba furia en tu mirada.
Odiando la vida, más tus sueños a la deriva, decidiste aclararme que nunca más serías mía. Y eso que yo tanto te quería...
Rajaste tus heridas, dejando correr a la sangre para nada fría, y enfriándote tu cuerpo te abrazaste a lo poco que ya tenías, mientras, sentías como te morías, sin pensar en que esto sería como una despedida. No, no era más que el abandono de la mala vida. Así que sonreistes, odiabas las horas tristes. Tarareaste lentamente, la canción que un día me cantaste. Ya, sin voz, sin amor, poco a poco se fue parando tu corazón, cesando sus lágrimas, ahora, en tus ojos, volvían, por dios. Y eso que hacía tanto que no te veía yo...
No temías a la muerte, eso es algo que tengo presente, pero supongo que te creías más fuerte. Después de tanto odio ante la gente, rompías a llorar, al encontrar al final. Incluso nostalgia invadía tu manera de pensar...
Por eso me colé dentro de tu mente, ya que sé que siempre me tienes presente, hice que arrancaras tu corazón, que mucho mal te dio, y lo dejé en un rincón.
Tu cuerpo sin vida, cayó de rodillas, y vaya, aún pálida preciosa me parecías. Entonces aparecí por allí, estuve en todo momento observando tu fin. Y, agarrando tu órgano vital, decidí abrazarlo, ya estaba calmado, ni le sentía temblar. Lo comencé a besar; sangre en mis labios, amarga de verdad. Ojalá hubiera podido confesarte cuando mundo te quería enseñar. Así que tomé tu bello cuerpo, ya cuerdo, y me lo comí a besos. Besos dulces de esos que solo te daba en mis sueños. Esta era la despedida, y también el abandono de mi vida.