lunes, 24 de marzo de 2014

XXIV

Mirando el horizonte todo se rinde a nuestros pies,
la noche, que ahora luce de manera tan triste
con la Luna, que nos observaba más que ninguna
envolvía tantos besos como podía
tratando de arrebatarnos si era posible todo el amor que nos unía.

Flotando, casi volando en lo alto
sobre tu pecho, el viento nos iba cantando
maravillas, el dulce aroma que nos transmitía
con el Agua que nos danzaba en alegría.

Me decías y sonreías, mil promesas que pocos se creían
y yo me cubría de todas las fantasías de tu compañía,
endulzando lo salado, lo amargo y despiadado
curando heridas que nunca habían cerrado un simple beso callado.
Y fue tan intenso, que pasaron años, daños
en un segundo, en tus labios
y ya casi me había olvidado de cuanto tiempo había pasado
de cuanto  me habías enseñado, mostrado,
cuanto habías creado.

Entonces te aferré mucho más a mi, no podía ver el fin.
Me aferré a todo aquello que luchaste por mi
a todo aquello que luche por ti
a todo aquello por lo que luchamos compartir
y prometí nunca jamás dejarlo ir.
Nuestras miradas conectaron, igual de bien que entrelazaron nuestras manos
tanto las palabras como el aliento nos sobraron.

Pronto rompí el silencio, en parte se nos agotaba el tiempo
y, con descontento, dejé que me levantara tu cuerpo.
Puse un pie, otro después, y tus manos me guiaron como si acaso no me supiera mover.
En cambio, pronto me inmovilizaron, me atraparon y quise quedarme en ti encerrado.
Me besaron, no tus manos sino tus labios, ellas me acariciaron
y al fin me apretaste contra ti, sentí tu fuerte corazón latir, ilusionado, tal vez, por tenerme allí.


Y ahora estoy aquí, con todo lo que nos queda por vivir
con tantos recuerdos que transmitir, experiencias nuevas por compartir
que la noche, la Luna, me miran a oscuras, preguntándose como siempre perdura
impresionadas de que seas mi cura, de que sueñe con locuras
más de que no existan dudas, de que te quiera con locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario